Padre

- Entonces metió todos los animales en su gran barca, como Dios le había indicado, y esperó paciente. Desde el suelo todos le llamaban loco, se mofaban de su osadía e incluso le arrojaban piedras y basuras. Pero él no se amilanaba, y pasaba los días y las noches en la cubierta esperando que apareciera alguna nube negra. ¿Entiendes?

- Sí padre.

- Pero nada. Por más que escrutaba el horizonte no aparecía ninguna nube negra. Su esposa y sus hijos empezaron a temer que Noé estuviera equivocado, que Dios no le había hablado de un diluvio universal. Igual ni siquiera le había ordenado hacer un “arca” ni nada parecido y todos aquello tablones fueran para una “casa”. Pero Noé era grande y mantuvo su fe en el Señor. ¿Entiendes?

- Sí padre.

El padre, el hijo y la mula subían penosamente la empinada carretera bajo un sol blanco como la cal. La melena canosa del hombre relucía como una corona plateada. El niño, que caminaba con un bastón y apenas conseguía seguir el ritmo del adulto, miraba el suelo intentando no tropezar. Su pierna derecha era cinco centímetros más corta que la izquierda, lo que convertía aquel paseo matutino en un castigo.

- No, Noé no se rindió. Sabía que el día del diluvio tenía que llegar tarde o temprano, y que el agua daría una lección a todos aquellos que se reían de él. Él había sido elegido por Dios, por el Padre. Daba igual que el hedor de los excrementos de los animales inundara todo el barco o que el agua potable se estuviese agotando. Aquella lluvia purificadora podía llegar en cualquier momento y nadie podía bajarse del barco. ¿Entiendes?

- Sí, padre.

- Incluso Noé se vio obligado a atar a una de las mujeres de sus hijos, por escandalosa. La vida en el arca no era sencilla, pero… ¡se trataba de salvar la creación del Todopoderoso! ¿No vale bien un sacrificio eso? ¿No crees?

- Sí, padre.

Cuando su padre le había sacado de la tienda aquella mañana le había hecho mucha ilusión. Su madre no solía dejarle salir temerosa de que pudiese pasarle algo. Apenas sabía hablar, su cojera era objeto de mofa -especialmente de su hermanastro mayor- y su tez pálida y su pelo, escaso y rubio, producían rechazo en el resto del barrio. “Adiós amor mío” le había dicho mamá entre lágrimas. Él había respondido con un escueto “madre”.

- Y la lluvia seguía sin llegar (cuidado con esa piedra hijo). Llevar varios meses en un barco de madera, con un calor achicharrante, rodeado de caca de animales, con una familia que conspira para quitarte de en medio… eso, eso hunde a cualquiera. Lo más sensato habría sido reconocer que se había equivocado, que había entendido mal las palabras del Padre o… que el mismo Dios podía haberse equivocado.

- Sí, padre.

- ¿Cómo que “sí, padre”? Dios no se equivoca, jamás. Alguien que lo sabe todo no puede cometer ni falla ni error. Ya sé, hijo, que no sabes decir mucho más, pero sé que tu fe en el Señor es grande. Como la de Noé. ¡Hasta las velas de su navío se estaban pudriendo y la lluvia seguía sin llegar! De hecho, la abundancia de ratas hacía aquel lugar un hervidero de enfermedades, ¿sabes?

- Sí, padre.

El padre miraba al cielo de vez en cuando, buscando alguna señal, alguna nube él también. Su hijo, que había sido un regalo a su edad más que avanzada, era cándido como un bebe y tonto como una piedra. El médico occidental ya les advirtió a su esposa y a él que el niño saldría con problemas si decidían tenerlo. Pero era un milagro, una bendición. Y ahora su dueño lo había pedido otra vez de vuelta.

- Noé, al final, si te he de ser sincero, estuvo apunto de tirar la toalla (cuidado con la mula cariño, así, muy bien) y admitir que todo había sido un terrible error. La mujer de Sem llevaba atada varias semanas y Jafet tenía las tripas totalmente revueltas. Su esposa llevaba días sin salir a la cubierta, lo que le daba un aspecto tan repulsivo que había perdido hasta las ganas de copular. Estaba casi vencido, ¿sabes?

- Sí, padre.

- Igual Dios le había puesto a prueba. A ver hasta dónde llegaba. “A ver hasta dónde llega este Noé” se imaginaba diciendo al Todopoderoso. Mientras construía el barco le había pegado mucho sol en la cabeza. Y alguna picadura venenosa se había llevado también. Todo podía ser un error pese a ser su fe grande. ¿No crees?

- Sí, padre.

- Sí, podría ser… Pero al final un rayo partió el cielo y comenzó a llover.

- Sí, padre.

Habían llegado a la cima de la montaña. Mientras su padre preparaba una hoguera, el niño observó a la mula que había cargado con la leña todo el camino. Intuía que el fin de la mula estaba cerca, porque allí arriba no había nadie más. Cuando su padre le había dicho a la familia que iban a hacer un sacrificio, su madre había preguntado que qué se podía sacrificar cuando la guerra les había dejado sin nada. Y él había dicho “Dios proveerá”. Pero él conocía a su padre. Su padre no tenía tanta paciencia ni tanta fe como Noé.

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El sacrificio de Isaac - Rembrandt Harmenszoon van Rijn (1635)

Comentarios

  1. Desde la cima se podía observar toda la planicie, todo el valle, el viento comenzó a moverse, las nubes inicieron su vuelo, el cielo gritaba en la lejania con un ronco acento, y el padre vio que todo estaba bien y... descansó.
    Pero me temo que es otro el final...

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  2. Buen relato, me ha gustado todo:

    "La melena canosa del hombre relucía como una corona plateada"

    Y el mensaje es fantástico. ¡Felicidades!

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