Olor a jabón

"Si después de follar una tía todo te huele a jabón, es que has tocado fondo". Esa fue la reflexión de las 19:34 de aquel aciago martes cualquiera. Corría entre los jardines de un barrio residencial perseguido por un jodido héroe, uno de esos tipos pestilentes cuyas vidas aburridas y anodinas se ven recompensadas con aventuras de este tipo. El pobre gilipollas no sabía que yo tenía una experiencia envidiable en huidas, fruto de un insuperable afán de supervivencia. Si yo no había acabado conmigo, nadie lo haría. 


Dos manzanas mas allá me permití bajar el ritmo. El papanatas se había cansado de su momento de heroicidad y ya habría vuelto a saquear los restos que mi delirio delictivo habían dejado. Sólo a mí me entra un pronto sexual a las siete de la tarde de una tarde gris de verano. Posiblemente debería haber ido a casa y haberme desahogado mirando porno en Internet. O haber pagado una puta, o yo qué sé. A lo mejor haberla invitado a tomar un café, como hace la gente normal. Los que no me conocen dicen que soy un tipo agradable. No podía costar tanto comportarse de una manera normal, joder. Pero la había vuelto a cagar.


No era mi primera agresión sexual. La más temeraria quizá, pero no la peor. Cuando vas puesto de todo y se te mete una idea entre ceja y ceja no hay forma de parar. Simplemente te sientes un paladín sobre el bien y el mal con derecho a todo. A TODO. Nadie me había denunciado nunca pese a todo, y habría atizado a cualquiera que me llamara violador. Podrían llamarme camello, ladrón o hijo de puta, pero violador no. Aun quedaba una pequeña luz en mi cabeza, algo como una conciencia, que me decía que eso estaba realmente mal.


Por otro lado también lo era vender droga en mal estado a adolescentes, robar a ancianitas o tener por hobby destrozar el mobiliario público. Las primeras veces había vomitado alterado y con ganas de llorar tras hacerlo. Después me di cuenta de que alguien tenía que hacerlo, que era fácil. Y si un médico se hace inmune con el tiempo a la muerte de los pacientes, me hice inmune a la humanidad. Y no me iba mal.


Encendí un cigarro arrugado e intenté relajarme. Me froté con humo la nariz, no soportaba ese olor a jabón. La chica estaba muy buena, pero empezaba a sospechar que era una monja. Esas sonrisas en el autobús, ese coqueteo. Típico de una perra de la Iglesia. Todas son iguales. Yo no tengo ningún problema con la Iglesia, es una fuente de ingresos como cualquier otra. Cuando estás en mi bando no puedes criticar mucho a nada. Pero eso sí, las monjas desde siempre me habían dado mal rollo. Y sí, si hubiese tenido que definir como sería el sexo con una monja, habría litros de jabón.


Tampoco tengo nada en contra de la higiene personal. Es una pérdida de tiempo en términos generales. El mundo es un sitio feo y hosco, lleno de inmundicia. Yo sé desde hace tiempo cual es mi lugar, y acicalarme sería un burdo intento de engañar a la sociedad. Yo no engaño, sólo participo de la verdad de una manera diferente.


Para la gente como yo la vida es una buffet libre en el que estamos de manera temporal, e intentamos meternos en el cuerpo lo máximo posible antes de que nos den boleto. Al menos mientras estás vivo. Así había vivido desde los 16 hasta esta gris tarde de verano, cuando decidí que la hija de un entrañable policía municipal era el pedazo de carne indicado para compartir unos momentos de sucio sexo de portal. En esencia, eso para mí era irrelevante. Lo único que me importaba mientras caminaba es que me había vuelto a salir con la mía, y sonreí a una anciana que me miró deslumbrada: ¿quién sería aquel joven encantador? 


Muchas veces caminando por la calle he pensado cuantas personas de las que vemos pasar a nuestro lado son psicópatas en potencia. Yo no había matado a nadie. Apenas había pisado una cárcel. Soy un hijo de papá, la peor ralea delictiva. Un estirón de orejas y otra vez a matar el tiempo jodiendo la marrana por ahí. Pero matar personas de manera psicopática... forzar a una estúpida para untar el churro es una cosa, pero acabar con su vida... Eso sí, miles de veces he visto miradas en los ojos de los transeúntes de acojonarse. Y según estadísticas, la mayoría podría matarme sin pestañear.


Pero lo que es la vida, muchos de ellos jamás descubrirán ese potencial asesino. Vivirán alienados como autómatas. Manchas borrosas en nuestras vidas, y posiblemente en las suyas. Algunos tendrán suerte, como esa hija puta que conducía un flamante C4 coupé hace un momento. Me pregunto si un estudio detenido de su cerebro habrá aclarado que era una psicópata. A lo mejor cuando mi cuerpo impactó contra su capó tuvo un micro orgasmo. O una erección pezonil aunque sea. O a lo mejor simplemente era una retrasada al volante. Como todas.


Es frustrante saber que has huido de tu propia ruindad, que la vida te ha sonreído cuando menos lo merecías... para acabar desparramado en el asfalto, rodeado de gente haciendo mucho ruido y poco caso a lo que ocurre. Me desangro por dentro y por fuera. Tampoco es algo muy espectacular si soy sincero, aunque mis piernas están como a 100 metros. En estos momentos me preocupa un poco que dirá la gente: me acabo de cagar encima. No puedo abrir los ojos y el dolor está más o menos por todas partes. Supongo que esto es la justicia universal, divina o vete tú a saber. A lo mejor existe un hueco legal. Igual todavía no me muero... 


Y sigue ese jodido olor a jabón...

Comentarios

Entradas populares de este blog

Zure doinua -Lain-

WOODKID - Iron

Los concursos musicales - Use Somebody