Terapia



"Pase, adelante"

Entró en la habitación y se sintió desubicado. No se lo había imaginado así.

"Eh... hola, soy J"

"Lo sé J, le estaba esperando"

Era una habitación perfectamente cuadrada, similar a un cubo. Las paredes eran blancas y el suelo de parqué sencillo. La única fuente de luz era una ventana, también cuadrada, con unas cortinas blancas que sólo dejaban pasar la luz; no se podía adivinar el paisaje que había detrás. El único mobiliario era una mesa de madera oscura y un par de sillas de plástico negro. En la que estaba al otro lado de la mesa estaba el terapeuta, que le mostraba sonriente un cuaderno en el que ponía "AGENDA" con mayúsculas. En la silla que tenía más próxima habían puesto un trozo de folio con su nombre, "J". 

"Siéntate, por favor"

J se aproximó y se sentó en la silla mientras el terapeuta dejaba la agenda en la mesa y le observaba sin dejar de sonreír. 

"No es lo que te esperabas, ¿no?", dijo el terapeuta, mientras se inclinaba sobre la mesa y se sujetaba la cabeza con las manos. "Así nos distraemos menos".

Era la primera vez que J iba a un terapeuta. Le habían dicho que aquel tipo era muy bueno, pero no le habían dicho exactamente por qué. Ahora podía imaginárselo.

"Es mi primera vez..."
"Lo sé, se lo dijo a mi secretaria"
"No sé muy bien cómo va esto... estoy un poco...", J encogió los hombros e hizo una mueca divertida.
"Supongo que esperarías un diván, ¿no?"
"¡Sí!", exclamó J riendo, mientras sentía que la tensión desaparecía un poco.
"También supongo que esperarías unas bonitas librerías con un buen montón de libros en ellos. Libros de psicoanálisis y esas historias... sí, tal vez alguna foto de Lacan y una estatua de algún viaje exótico"
"La verdad es que sí... las películas, ya sabe..."
"Bueno, sí, he visto películas. Supongo que esta camiseta roja y estos vaqueros tampoco son un uniforme apropiado... Y si no me equivoco, también esperarías una pared llena de títulos amorosamente enmarcados en la pared", dijo el terapeuta, inclinándose hacia la pared vacía de su espalda.
"La verdad es que sí... es una especie de garantí..." replicó J.

El terapeuta transformo la sonrisa en una mueca amarga y se reclinó sobre su silla. 

"Es curioso. Dime, ¿hay ahí fuera alguna universidad que ofrezca un curso en J? ¿Puedo encontrar algún libro que me diga quién es y qué le pasa a J? ¿Qué necesita? Quizá haya algún especialista que me pueda decir qué tipo de papel de pared le resulta más estimulante a J, pero no lo encontré jamás. Tampoco me interesó un pimiento...", el terapeuta hizo una pausa y miró hacía la ventana, "no, no me interesó J. No te conocía. Has recorrido unos cuantos kilómetros para ver a un desconocido que en la vida se interesó por ti. ¿Por qué? Porque tienes un problema contigo mismo". El terapeuta volvió la mirada a J y lo observó con dureza. No sólo con los ojos, con el cuerpo entero. "Dime J, ¿has probado a preguntarte a ti mismo qué te pasa?"

J, que hasta ese momento se había sentido extrañamente divertido, sintió la indignación nacer dentro de él. ¿Qué sabía aquel tipo excéntrico de él? ¿Lo que había sufrido? ¿Qué sabía de sus noches sin dormir? ¿De sus problemas para relacionarse? ¡Si no necesitara ayuda no habría ido hasta allí!

"Está claro que sí lo he intentado" respondió con semblante serio J.
"No, está claro que no lo has intentado. Como dijo Yoda, hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes. ¿Por qué es tu vida tan horrible?"
"Mi vida no es horrible", respondió J apretando la mandíbula.
"¡Genial! Estás curado, son 10000" exclamó el terapeuta con una sonrisa nada divertida.
"Pero... ¿Es así como hace usted terapia?"
"¿Quién sabe? Es la primera vez que vas a un especialista, a lo mejor todos somos iguales" replicó el terapeuta mientras se acomodaba en su silla.
"Me parece una broma de mal gusto", escupió J visiblemente irritado, "no tiene ni idea de nada"
"Eso se lo he dicho yo hace un rato. De todas formas, si su vida no es horrible, ¿para qué necesita ayuda?"
"Porque no me encuentro bien", dijo J con el puño apretado y mirando fijamente al cuaderno que reposaba sobre la mesa.
"Vaya al médico", sugirió el terapeuta.
"Pensaba que eso era lo que estaba haciendo"
"No, me refería a un médico para que le trate ese malestar. Si se encuentra mal, quizá le puedan dar alguna medicina", aclaró el terapeuta con una sonrisa, esta vez más afable.
"No es eso. Me siento mal. Me siento... débil. No puedo trabajar, no puedo pensar. Ni siquiera..." , J hizo una pausa incómoda, "ni siquiera puedo dormir. No puedo disfrutar la comida, no puedo disfrutar la música..."

J soltó la mano y comenzó a relajarse. De repente había más sombras en la habitación, aunque las sombras eran las mismas. Cerró los ojos y se acomodó en la silla.

"Estoy triste. Tengo un problema".
"Vale, ¿cuál?", preguntó el terapeuta, que le miraba con afecto.
"¿Cómo que cuál? ¡Para eso he venido!", exclamó J incrédulo.
"Bueno, yo de momento no detecto ningún problema. Parece perfectamente sano y su vida no es horrible. Sin saber nada más le daría la enhorabuena" contestó afable el terapeuta.
"¿Pero no me ha oído? Estoy... estoy... ¡estoy muerto por dentro!"
"No. No lo estás", dijo el terapeuta. De forma grácil se levantó y se acercó a J. Apoyó la mano con delicadeza en su hombro y le acarició la cara con suavidad, mientras J lo miraba totalmente desconcertado. "Efectivamente, no estás muerto. Ni por dentro, ni por fuera. Tu diagnóstico está equivocado", comentó el terapeuta mientras volvía a su silla. "Estás perfectamente normal".

"No. No estoy normal. Yo sé que no estoy bien", dijo J, aunque era cierto que había perdido algo de convicción.
"Puede que tú creas que estás mal o tienes algún problema, pero digo yo que puedes pensar perfectamente lo contrario, ¿no?"
"Pero yo siento que estoy mal", dijo J mientras se sujetaba la cabeza abatido.
"Pero no lo estás. Lo siento, es un hecho. Si te sintieras solo, te diría que buscaras compañía. Hoy en día hay más gente sola que gente en general", afirmó el terapeuta haciendo un gesto distraído con la mano. "Si no hubieses encontrado el amor te diría que lo buscaras, porque esperar al amor es como esperar que alguien viva tu vida por ti. Si tuvieras problemas en el trabajo o en la familia, te diría que pasaras. La familia, para bien o para mal, siempre está ahí. Y el trabajo... trabajar está claramente sobrevalorado. ¿No ves que toda la gente rica e importante parece que no lo hace?", una sonrisa divertida apareció en la cara del terapeuta. "Pero tú dices que estás triste y no sabes por qué... tal vez deberías decir que estás contento. Empieza por ahí y quizá...", el terapeuta sacó el labio de abajo de la boca y miró distraído por la ventana.

"¿Por qué me siento así?"
"Probablemente porque sientes que algo no funciona. Una pequeña frustración, un pequeño dolor. Una equivocación. Y el mundo te exige que seas perfecto, que nunca te equivoques, que siempre triunfes. El mundo te dice todas las cosas que debes ser, y lamentablemente J, tú sólo puedes ser J. Y ahora mismo, así abatido en una incómoda silla de plástico, no eres la mejor versión de J"
"¿Entonces qué hago?"
"Levántate de esa silla y sal por esa puerta. Tú eres el único que escribe el libro sobre J, eres el único que puede enseñar a los demás cómo eres, eres el que sabe cuál es el papel de pared que te estimula más. Eres la llave a esa tristeza y ese dolor al que sucumbes. No busques en la sociedad ni en nadie más quién eres, qué necesitas. No tengas miedo al fracaso, eso son gilipolleces. No tienes ningún problema, más allá de ser maravillosamente humano. Te seguirás sintiendo mal algún tiempo, pero cuando dejes de pensar en el problema, éste desaparecerá", y con un ademán se giró hacia la ventana. "Hemos terminado".

J salió del despacho del terapeuta, que se había quedado ensimismado y en silencio, y pagó a la secretaria, que le atendió afectuosamente. Cuando se dispuso a marcharse pensó que quizás todo aquello había sido una tomadura de pelo, pero se sentía algo mejor. Antes de marcharse decidió volver a entrar al despacho y darle las gracias al terapeuta. La secretaria había salido un momento y no había entrado nadie más, así que llamó ligeramente a la puerta y abrió.

No encontró al terapeuta. Ni las sillas, ni la mesa. En su lugar había un espejo en el que vio reflejado. Sus ojos parecían un poco menos cansado. Sus hombros un poco menos caídos. Era realmente un golpe de efecto.

"Gracias", dijo J. Y se marchó.

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