Síndrome


Hay algo peor que no poder domir, despertar dentro de un ataud invisible que no quieres abandonar. El cuerpo toma la consistencia de una roca forrada en plomo, los párpados se quedan pegados y la mente pasa a un contínuo fundido en negro. Aunque al principio es una sensación confortable, de repente despiertas en un sitio ajeno y hostil, totalmente distinto al mundo en el que estabas antes. Vértigo, ausencia, vacío, y muchas veces, asfixia. Siempre se tarda varios segundos en reconocer la habitación, la cama, el propio mundo en el que te acostaste. Tu cuerpo se siente agarrotado, la mente embotada y la garganta completamente seca.

Judas se sentía así cada mañana desde que cumplió los 3 años, aunque él no lo sabía entonces. Entonces le aterraba irse a la cama porque sabía que cuando se durmiese, instantáneamente, volvería a resucitar al día siguiente. Era un síndrome desconocido que había desconcertado tanto a los médicos como a sus padres. Habían probado todo tipo de medicamentos, terapias y técnicas, pero el resultado siempre era el mismo: al niño le costaba mucho despertar, y cuando lo hacía, estaba aterrorizado y desorientado, como si fuese una persona totalmente distinta.

Sus padres eran mayores y no tenían intención de tener más hijos, por lo que se volcaron con él. Judas tuvo problemas para desarrollarse como un niño normal, por lo que sufrió al principio un claro retraso académico y ostracismo social. No dormía durante días, hasta que finalmente caía rendido y dormía de forma profunda e ininterrumpida durante horas. Sus padres, con el mayor cuidado y ternura trataban de despertarlo, pero yacía inmóvil en la cama de forma indefinida. Algunas veces, para horror del que estuviese presente, estaba un rato con los ojos abiertos antes de empezar a llorar desconsoladamente, cuando no a gritar.

Con el tiempo el chico demostró que además de su problema de sueño también tenía una inteligencia fuera de lo común, especialmente para las lenguas. Podía descifrarlas y usarlas a su antojo, captando su lógica de forma rápida e intuitiva. Resultaba desconcertante, sin embargo, que para el resto de las cosas tenía serios problemas de memoria. Mientras que no tenía ningún problema para reterner una palabra, tenía una gran dificultad para recordar fórmulas, fechas o procedimientos. Pero en el momento que alguien se lo recordaba, en seguida se hacía con ello. Todo estaba allí, simplemente fuera de su sitio.

Tras pasar la niñez entre especialistas, a los 14 años comenzó a traducir textos junto a su madre, que dejó su trabajo de maestra para ayudarle. Comenzó a controlar los despertares y a establecer unas pautas de sueño constantes. Siempre dormía en su cama y siempre en completa oscuridad. Seguía una dieta estricta y realizaba una rutina de ejercicios diaria. Con el paso de los años consiguió hacerse un círculo de amigos aunque salía de casa muy poco. Vivía semirecluído navegando por internet leyendo cosas en diferentes idiomas, traduciendo y aprendiendo cientos de cosas que más tarde olvidaría.

El día de su 20 cumpleaños hubo una gran celebración en su casa. Había conseguido graduarse en el instituto, y como recompensa, sus padres habían usado parte del dinero de las traducciones para hacerle un regalo: un teléfono de última generación. Judas tendría que ser más autónomo a partir de entonces, ya que sus padres, ya jubilados, habían decidido salir más de casa. Tras pasar dos décadas pendientes de su hijo todos creían que había llegado el momento de ir normalizando paulatinamente las cosas.

Un mes después de su cumpleaños Judas despertó en su cama. Como cada mañana: vértigo, ausencia, vacío. Apretó los dientes y trató de relajarse. "Estás en casa". "Todo está bien". Movió la mano instintivamente y encendió la luz de la lámpara. Con los ojos todavía cerrados abrió la persiana y dejó que el aire de septiembre entrara por la ventana que había dejado entreabierta. Abrió los ojos y durante una fracción de segundo no reconoció el familiar paisaje de su habitación. Sin embargo, poco a poco, todo se fue asentando.

El reloj del despertador alertaba de que eran las 12 del medio día, por lo que había dormido bastante más de lo normal. Sus padres estaban en casa de unos tíos ese fin de semana y él tenía en la puerta de su habitación un cuaderno en el que le habían dejado todas las tareas que debía hacer hasta su vuelta. Cogió la botella de agua que siempre tenía al lado de la cama y la bebió con largos tragos. Siempre despertaba con la garganta reseca, aunque en todos los estudios de sueño a los que había sido sometido no se había apreciado que respirara por la boca. De hecho, cuando dormía, no se apreciaba que respirara de forma visible, aunque efectivamente lo hiciera.

Más por pereza que por nada en concreto, lo siguiente que hizo fue sentarse en el ordenador. Sentía una vaga reticencia a salir de la habitación, a volver a sus rutinas diarias. Abrió el navegador y empezó a abrir las pestañas con las páginas de siempre. El correo electrónico, las redes sociales, algunos blogs. Llevaba un rato navegando cuando se percató de que en la barra de tareas el icono de Dropbox señalaba que se estaba actualizando. Lo sabía porque nada más recibir el teléfono nuevo un amigo suyo le había puesto al corriente de todas sus posibilidades, aunque no recordara la mayoría. Entre ellas, que las fotos que tomaba con el teléfono pasaban de forma instantánea al servicio de almacenamiento en red.

El proceso era del todo normal, salvo por el hecho de que él no había tomado fotos el día anterior, por lo que no tenía ningún sentido que su ordenador se sincronizara. Posiblemente tomara alguna foto y lo habría olvidado, o a lo mejor siempre se sincronizaba y él no recordaba ese hecho. Pese a todo pulsó en el icono y vió que efectivamente había hecho tres fotos. Pero lo desconcertante era que habían sido de madrugada, aquella misma noche. De repente sintió una punzada de remordimiento y una fuerte aversión a mirar hacia la puerta de su habitación.

Tras una pausa demasiado larga, sacudió la cabeza y pulsó con el ratón para ver las fotos. Durante un segundo sintió un miedo irracional al comprobar qué había fotografiado, pero se esfumó enseguida. Eran tres fotos negras, en las que no se veía nada. Se giró en la silla y miró su teléfono cargándose en la mesilla.  Posiblemente en algún momento de la noche algún error del aparato había hecho que tomara tres fotos. Era muy improbable que hubiese sido él el que hubiera accionado el teléfono por accidente, ya que no se movía cuando dormía. Borró las fotos y comenzó a realizar las tareas que tenía programadas, olvidando el accidente. Unos días más tarde, durante una excursión, comentó a su amigo lo que había sucedido. Éste no le dio mayor importancia, aunque reconoció que era algo que jamás había oído. Le prometió que investigaría y que le informaría, y Judas también se comprometió a investigarlo.

Sin embargo, a la mañana siguiente le costó mucho más despertar. La sensación de ausencia y desorientación fue mucho mayor de lo habitual. Tuvo que quedarse un rato en la cama respirando profundamente aferrado a las sábanas. Se incorporó mareado y abrió la persiana de la ventana. A veces sufría recaídas, pero esta vez parecía distinta a las últimas veces. Bebió con avidez la botella de agua y se quedó un rato sentado en la cama. Miró la puerta de la habitación y vio que en el gancho estaba el cuaderno que sus padres siempre le dejaban cuando iban a estar fuera a la hora que él se despertara. Otra vez sintió aversión a salir de la habitación.

Achacó todo a que había pasado casi todo el día anterior fuera y decidió entrar un rato en internet para distraerse. Había una neblina en su cabeza que no le dejaba pensar con claridad y decidió que traducir algún texto le ayudaría a centrarse. Cuando llevaba un rato en la red buscando observó que Dropbox se estaba actualizando. Probablemente serían las fotos que había tomado durante la excursión, así que esperó a que terminara para revisarlas. Una vez que terminó decidió revisarlas, rememorando los buenos momentos del día anterior.

La sorpresa vino con la última foto que había tomado. Tardó bastante en darse cuenta que era una fotografía de su cuarto. Una fotografía tomada con flash que enfocaba directamente a la puerta de la habitación. En ella no se veía nada más que sombras, pero lo curioso era el enfoque borroso y el ángulo en el que había sido tomada. Era imposible que el teléfono hubiese podido sacar una fotografía de la puerta, como mucho del techo. Se giró y vio el teléfono en el mismo lugar en el que lo había dejado antes de acostarse el día anterior.

Lo primero que hizo fue mandar la fotografía a su amigo y preguntarle cómo podía ser posible. Cuando éste contestó dos horas más tarde Judas todavía no había salido del cuarto. No se atrevía a mirar hacia la puerta de su cuarto, como si hubiese allí algo que no quisiera ver. Tampoco se había acercado a su teléfono para llamar a sus padres, aunque era lo que más quería hacer en el mundo. Su amigo le dijo que lo más probable, y prácticamente la única posibilidad, era que alguno de sus padres hubiese entrado y hubiese sacado una foto mientras buscaban algo en su mesilla.

Un rato después sus padres llegaban. Su padre se había puesto indispuesto a primera hora de la mañana y habían ido a urgencias. Se lo habían dejado anotado en el cuaderno, pero Judas no se había levantado de la silla en toda la mañana. Desde el momento en que su madre había abierto la puerta de su habitación había sentido un gran alivio, y al enterarse del estado de salud de su padre había olvidado por completo el asunto de la foto. Fue a la tarde cuando preguntó a su madre si habían entrado en su cuarto. "Sí, esta mañana, para dejarte el cuaderno". "No, de madrugada, habéis tocado mi teléfono". "No cielo, ¿por qué habríamos de hacer eso?".

Tres días después otra vez aparecieron un par de fotografías en la oscuridad, y dos días después otra foto con flash, esta vez hacia la ventana. La única opción era que él tomase las fotografías por las noches, algo que nunca había pasado antes. Comenzó a sentirse cada vez más tenso y nervioso, a relajar sus rutinas y a sentir aversión a cerrar la puerta de su habitación. Algo no iba bien, pero tampoco quería alarmar a sus padres, ya que la salud de su padre parecía estar empeorando.

Exactamente dos meses después de su cumpleaños despertó completamente aterrado y gritando con todas sus fuerzas. A las horribles sensaciones que sentía cada mañana se había añadido una nueva. Por primera vez en su vida recordaba algo parecido a un sueño, aunque era una sensación espantosa. Estaba completamente estirado en la cama, con los ojos abiertos hacia la oscuridad del techo y los brazos agarrotados a los lados, agarrados a las sábanas. Cuando su madre entró en la habitación alarmada y abrió la puerta, Judas no pudo soportarlo más y se quedó inconsciente.

Cuatro semanas después volvía a casa. Durante una semana había estado alternando estados de inconsciencia con otros de histeria en los cuales se quedaba callado mirando a la puerta de la habitación del hospital hasta que, de repente, volvía a gritar y a caer desmayado. Poco a poco había ido retomando su estado normal, aunque estaba visiblemente trastornado. A veces hablaba en otras lenguas y sobre cosas que habían pasado hacía meses, incluso años. No parecía recordar cómo hacer operaciones matemáticas básicas y no reconocía a algunos de sus amigos. Aunque desconcertados, los médicos dedujeron que había sido una recaída debida a su síndrome, posiblemente producida por los cambios recientes y la enferdad de su padre.

Durante los primeros días de vuelta a casa sus padres intentaron hacer vida normal y volver a las rutinas que habían llevado durante los últimos 20 años. Judas volvió a controlar sus habitos de sueño y volver a la normalidad. No recordaba nada de lo que había pasado aquel día ni la semana posterior, para él no había existido, y tampoco quisieron recordárselo. Dos semanas después de volver del hospital parecía que todo volvía a estar bien, incluso él reconocía que despertaba con bastante control. También la salud de su padre había mejorado ostensiblemente. A comienzos del verano la situación había mejorado de forma increíble, hasta el punto que despertaba algunos días sin ningún tipo de crisis.

El día antes de que sus padres se fueran de vaciones su madre le pidió una fotografía que le había sacado con el teléfono el día de su cumpleaños, en mayo. Intentó acceder a su teléfono móvil, pero llevaba bastante tiempo funcionando mal, sin dejarle acceder a las galerías fotográficas. Fue cuando recordó que todas las imágenes del teléfono se actualizaban instantáneamente con el ordenador por medio de Dropbox. Durante todo este tiempo había olvidado por completo el programa, e incluso había quitado el icono de la barra de tareas al no saber exactamente para qué servía. Lo reinció y el icono volvió a aparecer en su barra de tareas.

No recordaba haber sacado muchas fotos, había salido muy poco y se había concentrado con su madre en la traducción de textos y en recordar todo lo que había olvidado durante la crisis nerviosa de unos meses antes. Suponía que tardaría poco en actualizarse, por lo que aprovechó para ayudar a su padre a tender la ropa. Cuando volvió, diez minutos después, el programa seguía con el proceso. Y una hora después también.

Fue entonces cuando, como con un ronroneo, una idea, un vago recuerdo, comenzó a tomar forma en la parte de atrás de su cabeza. Las fotos, pasaba algo con las fotos. Por fin, a la tarde noche, cuando por fin el programa terminó de actualizarse, volvió a sentirse incómodo. No se atrevió en ese momento a mirar las fotos, esperaría al día siguiente, por la mañana. Cenó temprano con sus padres, como siempre, y se fue a acostar. Pero antes de apagar el ordenador un rayo de incertidumbre cruzó su mente. Volvió a sentir el familiar desazón que sentía ante el hecho de tener que despertar al día siguiente.

Pinchó en el icono de Dropbox y entonces vio que se habían actualizado cerca de 650 fotografías y un vídeo. Sus manos empezaron a sudar y la temperatura de su cuerpo descendió drásticamente. Lo que era un ronroneo era ahora un grito mudo. Con resignación, aterrorizado, abrió la carpeta en la que estaban todas aquellas fotografías sin saber muy bien qué debía esperar.

La mayoría eran fotos completamente oscuras en las que no se distinguía nada, pero un número considerable estaban hechas con el flash. Eran fotografías de su habitación la mayoría, aunque descubrió algunas del pasillo y de otras partes de su casa. Había varias de sus padres durmiento, una enfocándole directamente en la cara a su padre. Un miedo húmedo se estaba filtrando hasta sus huesos y dio un respingo cuando vio en las sombras de una foto desenfocada su silueta borrosa en un espejo. "Soy sonámbulo, hay mucha gente que es sonámbula" se repetía para intentar tranquilizarse.

Pero entonces llegó una foto indescriptible. Era en su habitación, justo enfrente de la ventana. En ella se veía el perfil orientado hacia el techo, completamente iluminado, de una cara con un ojo mirando hacia el objetivo. Sólo se distinguía la silueta de la cara, porque todo estaba desenfocado, menos el ojo, su ojo. Pero el encuadre era rarísimo, porque intentando distinguir las estanterías y el marco de la ventana, la foto se la tendría que haber tomado de una forma totalmente antinatural. Empezó a sentir escalofríos y decidió borrar todas aquellas fotos, que mirando las fechas, habían sido sacadas de forma habitual en los últimos meses hasta que salió del hospital. De antes de aquella crisis sólo estaba el vídeo.

Sabía que sus padres estaban acostados, pero tenía un nudo en la garganta, que estaba completamente seca. Tampoco se atrevía a girar la silla hacia la puerta para ir a buscarlos, porque simplemente pensar en ello le producía dolor físico. Aunque sabía que debía borrar todo aquello, no imaginaba cómo iba a avisar a sus padres, cómo podía salir de esa situación. No podía volver a dormir, no podía moverse, sólo sentía un impulso malsano de ver el vídeo. Y la certeza de que la puerta de su habitación estaba abierta.

La historia dice que finalmente pulso casi inconsciente dos veces sobre el vídeo, que duraba unos pocos segundos. Grabado desde la cama e iluminado de forma penosa por el flash del móvil, se veía la puerta de la habitación abierta durante dos segundos. Justo después una figura sin rostro, moviéndose de forma anómala y rápida, se acercaba directamente a la camara diciendo en una lengua que nadie conocía "ven conmigo". Sólamente esto.

A la mañana siguiente la madre de Judas tardó en percatarse de que su hijo no estaba, porque su marido sufrió un ataque de corazón por la mañana. Su habitación estaba vacía, con todas las luces y el ordenador encendidos. Estaba abierta la foto que le había pedido el día anterior en una carpeta en la que no había nada más. La cama estaba hecha, y no faltaba nada. Su teléfono descansaba sobre la mesilla y todo parecía que no había sido tocado durante días.

Comentarios

  1. Cuentos negros, una modalidad de terror. Me gusta, es como el vinagre, el limón, que te produce impresión incluso antes de degustarlo.

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  2. Me ha gustado, me recuerda a Stephen King

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