Tierra

"Cuando pienso en el borde del mundo imagino cascadas de agua cristalina. Si el mundo se acaba, en algún punto tiene que empezar". Estaba sólo en el mundo, pero eso carecía de importancia. Si Antoine de Saint-Exupery, autor de El principito, hubiese decidido ceder al joven extraterrestre un planeta tan grande para él solo, posiblemente el libro hubiera sido terriblemente aburrido. Pero ahí estaba él y ahí estaba el mundo. Tal para cual.

Tenía el vago recuerdo de haber iniciado su viaje un buen día al salir de la piscina. Una triste tarde de verano en la que el sol era especialmente naranja. Con paso decidido decidió echar a andar y el mundo había cambiado. Atrás quedó la ciudad, atrás el bullicio y los hombres. El común de los mortales piensa que si echas a andar de un sitio, tarde o temprano llegas a otro. Pero como advertía David Hume, eso es fruto de la costumbre. En el momento menos oportuno, las leyes de la física se dan un garbeo y te dejan ahí plantado.

Es increíble las cosas que se pueden hacer con un bañador, una vieja camiseta de Solero -un antiguo helado de Frigo- con las mangas cortadas, unas chanclas rotas y una toalla promocional de un banco. Las llaves de casa y el euro de la taquilla habían desaparecido misteriosamente durante la primera noche a la intemperie. Basta un hombre, para que la miseria de la humanidad llegue al fin del mundo. "¡Qué desastre!" pensó para sus adentros.

Los días eran largos y luminosos, las noches largas y luminosas. Un cielo cuajado de estrellas le miraba dormir con la toalla enrrollada alrededor de su cabeza. Igual podría haberse situado mirando las estrellas, al menos averiguar el hemisferio. Por desgracia él desconocía todo sobre astronomía. Los primeros días había sido agradable perderse en la inmensidad del universo. Luego cayó en la cuenta de lo pequeño que era. Y posteriormente mando a la mierda las estrellas. Teniendo en cuenta que era la única mente pensante en varios kilómetros alrededor, decidió hacer desaparecer las dichosas estrellas todas las noches con la toalla. Era gratificante ser tan insignificante por el día, y poder jugar a ser dios por la noche.

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