Teología neoliberal

A veces es complicado empezar a contar ciertas historias. Historias que se desarrollan en lugares oscuros, solitarios, lejos de la seguridad que nos ofrece el caparazón de la realidad. Esta historia está lejos de ser comprensible, está lejos de ser historia. Por eso tal vez es tan complicada de ser narrada. Tan sólo puede ser susurrada en cuartos oscuros, en lugares donde el sol nunca irrumpe con su luz, un lugar en el que las células viven al resguardo de la oxidación, lejos de la erosión del viento y del mar. No es una historia de miedo, no es una historia de misterio. Es una historia que transciende de lo que conocemos, para llegar al alma, y como un ladrón silencioso, robárnosla. A veces hay cosas que pasan. Otras cosas tan sólo son contadas.

A lo largo de la historia los protagonistas de las historias han sido héroes y villanos, perdedores carismáticos y tristes vencedores. En las historias encontramos personajes clave, llenos de matices, poseedores de una vida y un bagaje. ¿Quién sabe? A lo mejor él también tenía un bagaje personal. A nadie interesaba dónde había estado o qué había hecho. Él no es el protagonista de ningún acto vil ni heroico. Simplemente es un susurro de esta historia.

Como decía, en las historias hay vencedores y perdedores. Él no era un perdedor. Sobrevivía a su propia existencia sin dificultad, indiferente a la competición en la que convertimos la vida, dividiendo el mundo en perdedores y triunfadores. El no buscaba nada, porque tal vez a él no le importaba o se había resignado. El mundo era una mancha borrosa en su horizonte dónde se desenvolvían las historias. Y por eso sus ojos son nuestros ojos, y nuestros susurros sus palabras. O tal vez menos.

Ser un Dios es duro. Una omnipotente incapacidad de actuar, una omnipresente nulidad de juicio. Una fría soledad que convertía el mundo en un recipiente de sus designios. Desde su total indiferencia divisaba el mundo de arriba abajo, pero no por un sentimiento de superioridad, sino porque nada era capaz de afectarle. Y desde su fría soledad el mundo pasaba en un tiempo atemporal. Hoy y mañana son lo mismo, igual que lo fueron ayer y siempre.

La radical libertad de sus criaturas le era negada para a él. Si saliese de su indiferencia actuaría en contra de la libertad humana, que había escrito en su memoria presente, pasado y futuro. No podía hacer más milagro que esperar pacientemente a que pasara lo que ya sabía que iba a pasar. Por fortuna la muerte de un niño no podía afectarle, ni la de un anciano. Desde el momento de la creación las normas de juego quedaron fijadas. Nada podría ser cambiado, y él no podía sentir nada que le impeliese a actuar. Desde su trono invisible, como una estatua impasible carente de forma ni materia, veía el devenir... y lo había visto.

Pero no temáis. No sufría en su soledad, no amaba en su perfecta indiferencia. Su omniperfección había erradicado cualquier vestigio de semejanza con su criatura. Amar era verse afectado por la persona, un debilidad que no tenía un dios. De hecho desde su perfección casi era un ciego, un sordo y un mudo. Con la creación había sido catapultado lejos de su criatura, asfixiado por las exigencias metafísicas de la realidad. O quizá de sus creyentes.

No sabemos si fue un tipo normal, un gran artista. Quizá tenía sentimientos, probablemente en ese caso se dejara llevar por la ira. Pero la escolástica le había convertido en invulnerable e infalible ser esférico, perfecto. Su voluntad había quedado convertida en una facultad que actuaba por necesidad, ya que no podía dejarse llevar por el deseo. La libertad era la condición primordial. Aunque posiblemente jamás hubiese tenido algo llamado voluntad, a su criatura le otorgó una y luego se la manipuló. Dios no podía sonreír, porque era en todo mejor que su criatura. Perfecto, único, indivisible, omniperfecto...

Acaso fue por esto que el trono quedó vació, tan vacío como antes. Dios ya había sido dios siempre, pero ya a nadie importaba. Igual que alguien se desprende de un original cuando tiene una copia mejor, la criatura hizo desaparecer a dios. Pero nada cambió, porque para él hoy es siempre. La tragedia es la muerte indiferente, tal vez haber estado muerto siempre. Dios se desvaneció entre suaves susurros, y el hombre no perdió a dios. Y nada cambió.

Nietzsche dijo más o menos que el hombre había sido cruel con dios, porque le había condenado a no poder pecar. También dijo que dios había muerto. Y quizá en el fondo, no dijo nada.

Comentarios

  1. Yo siempre he pensado que Dios existe porque el Ser Humano se siente solo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Zure doinua -Lain-

WOODKID - Iron

Los concursos musicales - Use Somebody