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Mostrando entradas de septiembre, 2013

Síndrome

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Hay algo peor que no poder domir, despertar dentro de un ataud invisible que no quieres abandonar. El cuerpo toma la consistencia de una roca forrada en plomo, los párpados se quedan pegados y la mente pasa a un contínuo fundido en negro. Aunque al principio es una sensación confortable, de repente despiertas en un sitio ajeno y hostil, totalmente distinto al mundo en el que estabas antes. Vértigo, ausencia, vacío, y muchas veces, asfixia. Siempre se tarda varios segundos en reconocer la habitación, la cama, el propio mundo en el que te acostaste. Tu cuerpo se siente agarrotado, la mente embotada y la garganta completamente seca. Judas se sentía así cada mañana desde que cumplió los 3 años, aunque él no lo sabía entonces. Entonces le aterraba irse a la cama porque sabía que cuando se durmiese, instantáneamente, volvería a resucitar al día siguiente. Era un síndrome desconocido que había desconcertado tanto a los médicos como a sus padres. Habían probado todo tipo de medicamentos

Ángel

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Entró en el coche, arrojó el bolso al asiento del copiloto y cerró con cuidado la puerta. Agarró el volante con sus dos manos, flexionó su cuerpo sobre él y tomo aire con fuerza. Levantó la mirada y dejó que las luces del tráfico iluminaran sus ojos vidriosos. Poco a poco su boca se fue transformando en una mueca cada vez más desagradable, torciéndose en una sonrisa invertida e imposible. No hubo ningún observador que pudiera decir si los espasmos comenzaron antes de los sollozos apagados y lastimeros. Abrazada a su volante casi sin fuerzas, las lágrimas empezaron a extender la sombra de ojos por toda su cara, cayendo sin cesar sobre sus rodillas. En su barbilla se juntaban con los mocos y la saliva, que supuraba su boca deformada en una mueca de dolor.  Cada vez se iba haciendo más pequeña y frágil, por lo que cada convulsión la quebraba un poco más por dentro. Su pelo rubio y lacio se iba oscureciendo por momentos, pese a reflejar las luces indiferentes de los coches que pa